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603. El Anchimayen (Mapuche)

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Juan David Betancur Fernandez
elnarradororal@gmail.com
Había un hombre llamado Ramiro descendiente de vascos que vivía en tierras mapuches. El joven se mudó a un pequeño campo que había heredado de su familia, tras venir del otro lado de las montañas. Las tierras estaban muy descuidadas y los pocos animales que trajo no eran suficientes para vivir. Así que Ramiro, junto con su esposa, tuvo que trabajar muy duro para salir adelante. A pesar de sus esfuerzos, parecía que las cosas avanzaban muy lentamente.

Ramiro conoció a algunos pobladores de la zona, muchos de ellos de origen mapuche. Disfrutaba mucho conversar con ellos y escuchar las historias de tiempos antiguos, de antes de la llegada del hombre blanco. Estas historias eran especiales y no las compartían con cualquiera, lo que hacía que Ramiro se sintiera honrado por la confianza que le tenían. A veces, después de un largo día de trabajo, invitaba a algunos de ellos a su casa para pasar un rato agradable. Otras veces, iba a un almacén cercano a beber con otros hombres del campo.

Una noche, después de haber bebido un poco más de lo habitual, Ramiro regresaba a pie a su casa. Mientras caminaba en la oscuridad casi total de una noche sin luna, vio algo extraño: un grupo de tres o cuatro llamas brillantes que flotaban en el aire y daban pequeños saltos a unos dos metros del suelo. Duró solo unos segundos antes de desaparecer. Pensó que podría ser alguien con una antorcha, pero la imagen le recordó una de las historias mapuches que había oído. Intrigado, llegó a casa y despertó a su esposa para contarle lo sucedido. Ella, aún medio dormida, le dijo: "Estás bien borracho, Ramiro. Acuéstate y duerme, paisano."

Pero Ramiro, terco como buen descendiente de vascos, no se dejó convencer. Al día siguiente, sobrio (solo había tomado un par de vasitos de chicha), salió decidido a comprobar lo que había visto. Caminó hacia las montañas tratando de encontrar el lugar exacto de la aparición. Sin embargo, esa noche no vio ningún fuego mágico.

Al día siguiente fue a ver al viejo Catriel, que vivía cerca del lago, y le contó lo que había visto.

‑Puede ser ‑contestó el anciano mapuche‑. Por ese lado vive Curiqueo en una ruka de madera al ladito nomás de la montaña. Dicen que su abuela era una machi o sanadora. Puede ser...que hayas visto un Anchimayen. Ellos son pequenos seres que pueden tomar la forma de pequenos niños y qu se pueden transformar en bolas de fuego. Y el anciano le dedico todo el día en describirle las características de aquellos anchimayen.

Esto entusiasmó aún más a Ramiro, que en su mente creo la esperanza de apoderarse de un anchimayen para que le trabajara sus tierras Y de allí salió en busca de la casa del tal Curiqueo.

Ya era de noche cuando llegó. Aunque no conocía esa zona pegada a las montañas, un silbido agudo lo fue guiando hasta Curiqueo, que estaba sentado a un par de metros de la modesta casilla de madera, cuya forma recordaba muy vagamente a las rukas mapuches, y tocaba la pifülka que es una especie de flauta produciendo un sonido inconfundible que atrajo a Ramiro.. Curiqueo ni siquiera levantó la vista cuando el joven se acercó. Ramiro no podia decir como era Curiqueo. No podía decirse si era un hombre de 40 o de 120 años. Su largo cabello ocultaba prácticamente por completo su rostro. Ramiro no se sintió cómodo, pero el interés que lo había llevado allí era más fuerte que sus impresiones personales.

Saludó a Curiqueo y de inmediato le dijo que el viejo Catriel le había contado acerca de las virtudes de un anchimallén, y que él estaba muy interesado en tener uno para ayudar a mejorar su campo. Curiqueo tardó en co

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Ramiro conoció a algunos pobladores de la zona, muchos de ellos de origen mapuche. Disfrutaba mucho conversar con ellos y escuchar las historias de tiempos antiguos, de antes de la llegada del hombre blanco. Estas historias eran especiales y no las compartían con cualquiera, lo que hacía que Ramiro se sintiera honrado por la confianza que le tenían. A veces, después de un largo día de trabajo, invitaba a algunos de ellos a su casa para pasar un rato agradable. Otras veces, iba a un almacén cercano a beber con otros hombres del campo.

Una noche, después de haber bebido un poco más de lo habitual, Ramiro regresaba a pie a su casa. Mientras caminaba en la oscuridad casi total de una noche sin luna, vio algo extraño: un grupo de tres o cuatro llamas brillantes que flotaban en el aire y daban pequeños saltos a unos dos metros del suelo. Duró solo unos segundos antes de desaparecer. Pensó que podría ser alguien con una antorcha, pero la imagen le recordó una de las historias mapuches que había oído. Intrigado, llegó a casa y despertó a su esposa para contarle lo sucedido. Ella, aún medio dormida, le dijo: "Estás bien borracho, Ramiro. Acuéstate y duerme, paisano."

Pero Ramiro, terco como buen descendiente de vascos, no se dejó convencer. Al día siguiente, sobrio (solo había tomado un par de vasitos de chicha), salió decidido a comprobar lo que había visto. Caminó hacia las montañas tratando de encontrar el lugar exacto de la aparición. Sin embargo, esa noche no vio ningún fuego mágico.

Al día siguiente fue a ver al viejo Catriel, que vivía cerca del lago, y le contó lo que había visto.

‑Puede ser ‑contestó el anciano mapuche‑. Por ese lado vive Curiqueo en una ruka de madera al ladito nomás de la montaña. Dicen que su abuela era una machi o sanadora. Puede ser...que hayas visto un Anchimayen. Ellos son pequenos seres que pueden tomar la forma de pequenos niños y qu se pueden transformar en bolas de fuego. Y el anciano le dedico todo el día en describirle las características de aquellos anchimayen.

Esto entusiasmó aún más a Ramiro, que en su mente creo la esperanza de apoderarse de un anchimayen para que le trabajara sus tierras Y de allí salió en busca de la casa del tal Curiqueo.

Ya era de noche cuando llegó. Aunque no conocía esa zona pegada a las montañas, un silbido agudo lo fue guiando hasta Curiqueo, que estaba sentado a un par de metros de la modesta casilla de madera, cuya forma recordaba muy vagamente a las rukas mapuches, y tocaba la pifülka que es una especie de flauta produciendo un sonido inconfundible que atrajo a Ramiro.. Curiqueo ni siquiera levantó la vista cuando el joven se acercó. Ramiro no podia decir como era Curiqueo. No podía decirse si era un hombre de 40 o de 120 años. Su largo cabello ocultaba prácticamente por completo su rostro. Ramiro no se sintió cómodo, pero el interés que lo había llevado allí era más fuerte que sus impresiones personales.

Saludó a Curiqueo y de inmediato le dijo que el viejo Catriel le había contado acerca de las virtudes de un anchimallén, y que él estaba muy interesado en tener uno para ayudar a mejorar su campo. Curiqueo tardó en co

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