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330: Hasta lo último de la tierra - 23/6/2024 - #1305

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Pastor José Luis Cinalli
23/6/2024
Hasta lo último de la tierra

“Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a toda criatura”, Marcos 16:15 (NBLH).

Isabel tiene 75 años, es pastora y vive solita a cuatro mil metros de altura en un paraje de la Puna llamado Trigo Huaico. Su único hijo la visita una vez al año. Cuando la conocimos se sentía triste y agobiada por los recuerdos idos de un pasado familiar que ya no existe. La compañía de un puñado de familias vecinas no lograba compensar la necesidad de afecto por parte de los suyos. Pero todo será diferente a partir del 18 de junio, día en que encontró la compañía perfecta al hacer de Jesucristo el Señor y mejor amigo de su vida.

Andrea tiene 74 años y es viuda. Cultiva la tierra en un lugar escondido de la eco región cordillerana al que ella llama: “mi montaña” porque la heredó ancestralmente. A diferencia de Isabel ella convive con burros, cabras, vicuñas, alpacas, llamas, zorros, pumas y cóndores a 4500 metros de altura y exhibe orgullosa su huerta, junto al sembradío de maíz morado y papines andinos dentro de un cerco de adobe. En medio de una vista increíble, bajo un cielo cristalino, rodeado de montañas multicolores, ríos congelados y un sol que acaricia las mesetas despobladas de las serranías, Andrea recibió una visita muy especial que le cambiaría la vida para siempre. Allí afuera, junto a su casita de piedra y techo de adobe y paja, un alambre extendido repleto de charquis secándose al sol, un horno de barro con su chimenea humeante anunciando que los ‘caseritos’ y el mote están listos, ella entregó su vida a Jesucristo. Sin disimular su alegría y con lágrimas en sus ojos, dijo: “jamás nadie viene a verme, ¡pero hoy Dios me visitó; y les aseguro que valió la espera!”.

William es mucho más joven que Andrea e Isabel; tiene apenas 13 años. Se despidió de sus padres y bajó de los cerros con la misión de terminar la escuela secundaria. Vive solito en un albergue municipal. De contextura pequeña, semblante apagado y abrumado por el desarraigo fue encontrado por un caminante al borde del barranco, mirando al vacío sin encontrarle sentido a tanto sacrificio. Allí, junto al cartel que anuncia la bienvenida al caserío de Nazareno, William nació de nuevo y encontró una nueva familia. Adoptado por Dios, ¡ahora es hijo, es amado y es bendecido! La alegría que produce el nacimiento espiritual de todas estas personas no tiene precio que pueda compensarlo.

Una experiencia transcultural como ésta deja profundas huellas en el corazón y grandes lecciones espirituales. Llama la atención lo poco conocido que es Jesús en esos remotos, ignotos, desconocidos e inexplorados lugares del mundo. Entiéndase bien, capillas con sus imponentes campanarios y su porte colonial no faltan, pero solo sirven como referencia histórica o fondo de pantalla, después de haberles sacado una foto. Sus puertas permanecen encadenadas 360 días al año. Se abren en alguna festividad cargada de mixtura y sincretismo religioso donde se ofrenda comida a la ‘madre tierra’ y se adora a la Pachamama. Lo que realmente escasea son los predicadores del evangelio. Ya no existen los colportores encargados de difundir las Escrituras. Las nuevas generaciones desconocen al Dios de la Biblia. Desde que murieron los últimos jesuitas, el fuego de la antorcha de la fe ha dejado de arder. ¿Es posible que vuelva a avivarse la llama del evangelismo? ¿Vale la pena pagar el precio para llevarles el evangelio a este puñado de personas alejadas de las grandes urbes? Isabel, Andrea y William fueron ganadas para Cristo, pero llegar a ellos llevó tres días de viaje, sin contar los innumerables contratiempos a sortear. Viven en lugares donde solo llegan vehículos doble tracción durante la época seca de los meses de invierno. Sin mencionar que a muchos de esos caseríos se accede únicamente tras varias horas de caminata o a caballo. Pensemos en las temperaturas extremas: la oscilación térmica es de 20 a 40 grados de diferencia entre el día y la noche, el viento blanco; además de la falta de oxígeno y de luz eléctrica, los cortes de rutas y piquetes de cabras. La mayoría de los caminantes conocieron las guardias de emergencia en todos los puestos sanitarios, ya que pasaron por allí para disminuir los síntomas por el apunamiento; incluso uno tuvo que ser internado. Agreguemos a la ecuación los caminos de piedras, el paso de los ríos, los precipicios de cientos de metros con rutas angostas de un solo carril, sin mantenimiento y sin servicios. Olvídate de encontrar carteles anunciando “café al paso”, “áreas de servicio” o “zona wifi”; ni siquiera anuncian las bifurcaciones del camino. Como verás no son lugares para llaneros solitarios. Necesitamos equipos que trabajen en el poder del acuerdo, que mantengan a raya el egoísmo y que se olviden del reconocimiento humano, dispuestos a caminar, cocinar, cambiar una cubierta o contribuir de la forma que se requiera. Fue precisamente en una de esas complicaciones que nos encontramos con un ángel que Dios envió para darnos ánimo. El filo de una piedra había destruido el neumático de uno de los vehículos. Mientras se trabajaba en la reparación apareció René. Montado en una moto enduro soltó palabras que solo Dios pudo haber puesto en su boca. Bendijo a todo el equipo evangelístico diciendo que Dios prosperaría el trabajo por haber llegado a lugares donde nadie iba, por haber llegado “hasta lo último de la tierra”. ¿Es René pastor, evangelista o misionero? No, ni siquiera es creyente. René es el enfermero en un puesto de salud en un paraje que se llama Viscachani. En San Isidro (otro paraje cercano a Iruya) un ángel vestido de rojo y sombrero ancho guió a la caravana en un laberinto de casitas; luego literalmente desapareció. Otro ángel montado en una motocicleta abrió tranqueras y portones para que la caravana encontrara un camino sin señalización por el lecho del río. En Iruya un agente de policía apareció al despuntar el alba como otro ángel del Señor y, bolígrafo en mano, dibujó un mapa precisando los 22 parajes habitados de la región y cómo llegar a cada uno de ellos. Como verás, el viaje es un desafío permanente, muy oneroso, lleno de contratiempos y peligros. A esta altura debemos preguntarnos: ¿vale la pena semejante esfuerzo?

El interrogante encuentra respuesta con otra pregunta, ¿cuánto vale una persona? ¿Tienen todas las personas el mismo valor? Socialmente pareciera que no. Teníamos un profesor que se ufanaba de su preparación académica y decía que su cerebro valía mucho más que el de un trabajador común. Pero la pregunta a contestar es: ¿cuánto vale una persona para Dios? Porque el esfuerzo que hagamos por alcanzarlas con el evangelio dependerá de la respuesta a este interrogante. La Biblia dice que las personas del mundo entero valen el sacrificio de su Hijo. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”, Juan 3:16. Fuimos comprados a precio de sangre: “…Dios… los compró, y el precio que pagó… fue muy alto, 1ª Corintios 6:20 (TLA). Somos tan valiosos que Jesús le dijo al Padre: “… Tú los amaste tanto como me has amado a mí, Juan 17:23 (NT-BAD). ¡Dios estima al ser humano de la misma manera que a su hijo Jesucristo! ¿Ves lo importante que somos para Dios? Jesús cruzó el mar para liberar a un hombre endemoniado y el Espíritu sacó a Felipe del gran avivamiento en Samaria para suplir la necesidad de un hombre hambriento que viajaba por el desierto. Sin importar educación, cargo, posesiones o residencia, todas las personas valen lo mismo para Dios. Si Dios estuvo dispuesto a sacrificar lo más precioso que tenía para adoptarnos en su familia, ¿no deberíamos hacer lo mismo para que las personas se reconcilien con Dios? Además Jesús dijo: “… Le hablarán a la gente acerca de mí en todas partes”, Hechos 1:8 (NTV); 2ª Corintios 5:18; 1ª Pedro 2:9; Isaías 49:6; Salmo 96:3. “Vayan por todo el mundo y prediquen la Buena Noticia a todos, Marcos 16:15 (NTV); Marcos 13:10. Todos no excluye a nadie; por lo tanto incluye a los pobres, marginados y olvidados de las zonas periféricas de las grandes ciudades como aquellos que viven en las regiones más inexploradas del altiplano.

Otro común denominador de estas desoladas y despobladas tierras es el sacrificio de los maestros y, de manera especial, los directores de las escuelas rurales. Casi sin excepción, son mujeres que toman esos cargos por el beneficio económico a corto y largo plazo. Se sacrifican para tener una mejor jubilación en el futuro; pero el esfuerzo las aleja de sus afectos y muchas veces termina con los lazos familiares. Susana es directora en una escuela de 11 alumnos. Es mamá soltera y su hijo vive solo desde los 12 años de edad. Otra directora mencionó que su esposo no estuvo dispuesto al cambio, por lo que se ven dos veces al año cuando ella toma sus vacaciones. Es cierto que muchos lo hacen por vocación, pero la gran mayoría por razones económicas. Caen en la misma tentación que sufrió Abraham cuando el rey de Sodoma le dijo: “Dame las personas, y toma para ti lo bienes”, Génesis 14:21. La propuesta consistía en entregar personas a cambio de bienes; la misma propuesta que nos hace a nosotros y que se torna casi irresistible para muchos. Reconsidera porque “la vida de los tuyos a cambio de posesiones” es un precio demasiado alto, ¿no te parece? Ahora bien, piensa con nosotros. Nunca se escucha que la pérdida de tanta riqueza como es la familia a cambio de una posible mejora económica sea una insensatez o necedad. Al contrario, suele exaltarse dicho comportamiento. Lo que sí se escucha a menudo, incluso entre creyentes, es que entregarse a la obra de Cristo implica descuidar a la familia. La verdad es todo lo contrario, el que quiera asegurar el futuro de su familia deberá rendirse sin reservas a Dios y a su obra. ¡Con Dios siempre se gana, con Dios nunca se pierde!

Estamos a las puertas de una gran oportunidad: glorificar el nombre de Jesús. Dios nos envió a predicar a todo el mundo en todas partes y, como hemos visto, la gente nos espera. Las escuelas nos abren sus puertas. Los caciques o autoridades de las comunidades nos ofrecen organizar reuniones para que todos puedan escuchar el evangelio. Los directivos de las escuelas nos convocan a los chicos para que, una vez finalizado el horario de clases, podamos hablarles de Jesús. ¿Aprovecharemos la oportunidad? Quizás sea una de las últimas. La gente agradece el evangelio y no quieren que te vayas, ¡no te dejan ir! Te invitan a sus casas. Te abren el corazón. Te preparan un guiso caliente y sopa para todo el equipo de 22 personas, como hizo Marcos y su esposa en Rodeo Colorado. Ese día de ayuno en medio de un intenso frío Dios proveyó una rica cena caliente por medio de esta familia que no nos conocía y ni siquiera eran creyentes. Andrea, después de su emotivo encuentro con Jesús fue a su huerta y cortó cebollitas de verdeo, todas las plantas más grandes y lindas. Fue su forma de bendecir al equipo misionero. Pero ahí no termina la historia, casi sin excepción los evangelistas desayunaron cocido con pan casero en las escuelas que visitaron y en las casitas más alejadas de esos remotos parajes. En un caserío llamado la Mesada, Fermina volvió a subir la montaña con el único propósito de escuchar primero lo que tenían que decir y luego servirles de guía para que el evangelio sea escuchado en toda su comunidad. Porfió para que aceptaran ser hospedados en su casa; ella les cocinaría algo típico. Quería reunir a todo el paraje para que les compartieran el evangelio. Dijo: “ustedes caminan las montañas llevando buenas noticias y todos merecen escucharlas”. Algo parecido sucedió en Poscaya. Pisco es el jefe tribal con la autoridad para abrir o cerrar puertas en su comunidad. Con premura nos pidió solo una horita para que le predicáramos a la comunidad aborigen que él lideraba. Nos faltaban horas y obreros para alimentar a tanta gente hambrienta por la Palabra. ¿Cómo responderemos al llamado del Señor? ¿Diremos sí, como hizo Pablo frente a la visión del varón macedonio? “Cuando Pablo vio… (el varón macedonio), todos nos preparamos de inmediato para viajar a la región de Macedonia. Estábamos seguros de que Dios nos ordenaba ir a ese lugar, para anunciar las buenas noticias a la gente que allí vivía”, Hechos 16:10, BLS. Nuestros ojos han visto y nuestros oídos han escuchado la voz de muchos que claman para que alguien les predique. ¿Cómo responderemos?

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Pastor José Luis Cinalli
23/6/2024
Hasta lo último de la tierra

“Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a toda criatura”, Marcos 16:15 (NBLH).

Isabel tiene 75 años, es pastora y vive solita a cuatro mil metros de altura en un paraje de la Puna llamado Trigo Huaico. Su único hijo la visita una vez al año. Cuando la conocimos se sentía triste y agobiada por los recuerdos idos de un pasado familiar que ya no existe. La compañía de un puñado de familias vecinas no lograba compensar la necesidad de afecto por parte de los suyos. Pero todo será diferente a partir del 18 de junio, día en que encontró la compañía perfecta al hacer de Jesucristo el Señor y mejor amigo de su vida.

Andrea tiene 74 años y es viuda. Cultiva la tierra en un lugar escondido de la eco región cordillerana al que ella llama: “mi montaña” porque la heredó ancestralmente. A diferencia de Isabel ella convive con burros, cabras, vicuñas, alpacas, llamas, zorros, pumas y cóndores a 4500 metros de altura y exhibe orgullosa su huerta, junto al sembradío de maíz morado y papines andinos dentro de un cerco de adobe. En medio de una vista increíble, bajo un cielo cristalino, rodeado de montañas multicolores, ríos congelados y un sol que acaricia las mesetas despobladas de las serranías, Andrea recibió una visita muy especial que le cambiaría la vida para siempre. Allí afuera, junto a su casita de piedra y techo de adobe y paja, un alambre extendido repleto de charquis secándose al sol, un horno de barro con su chimenea humeante anunciando que los ‘caseritos’ y el mote están listos, ella entregó su vida a Jesucristo. Sin disimular su alegría y con lágrimas en sus ojos, dijo: “jamás nadie viene a verme, ¡pero hoy Dios me visitó; y les aseguro que valió la espera!”.

William es mucho más joven que Andrea e Isabel; tiene apenas 13 años. Se despidió de sus padres y bajó de los cerros con la misión de terminar la escuela secundaria. Vive solito en un albergue municipal. De contextura pequeña, semblante apagado y abrumado por el desarraigo fue encontrado por un caminante al borde del barranco, mirando al vacío sin encontrarle sentido a tanto sacrificio. Allí, junto al cartel que anuncia la bienvenida al caserío de Nazareno, William nació de nuevo y encontró una nueva familia. Adoptado por Dios, ¡ahora es hijo, es amado y es bendecido! La alegría que produce el nacimiento espiritual de todas estas personas no tiene precio que pueda compensarlo.

Una experiencia transcultural como ésta deja profundas huellas en el corazón y grandes lecciones espirituales. Llama la atención lo poco conocido que es Jesús en esos remotos, ignotos, desconocidos e inexplorados lugares del mundo. Entiéndase bien, capillas con sus imponentes campanarios y su porte colonial no faltan, pero solo sirven como referencia histórica o fondo de pantalla, después de haberles sacado una foto. Sus puertas permanecen encadenadas 360 días al año. Se abren en alguna festividad cargada de mixtura y sincretismo religioso donde se ofrenda comida a la ‘madre tierra’ y se adora a la Pachamama. Lo que realmente escasea son los predicadores del evangelio. Ya no existen los colportores encargados de difundir las Escrituras. Las nuevas generaciones desconocen al Dios de la Biblia. Desde que murieron los últimos jesuitas, el fuego de la antorcha de la fe ha dejado de arder. ¿Es posible que vuelva a avivarse la llama del evangelismo? ¿Vale la pena pagar el precio para llevarles el evangelio a este puñado de personas alejadas de las grandes urbes? Isabel, Andrea y William fueron ganadas para Cristo, pero llegar a ellos llevó tres días de viaje, sin contar los innumerables contratiempos a sortear. Viven en lugares donde solo llegan vehículos doble tracción durante la época seca de los meses de invierno. Sin mencionar que a muchos de esos caseríos se accede únicamente tras varias horas de caminata o a caballo. Pensemos en las temperaturas extremas: la oscilación térmica es de 20 a 40 grados de diferencia entre el día y la noche, el viento blanco; además de la falta de oxígeno y de luz eléctrica, los cortes de rutas y piquetes de cabras. La mayoría de los caminantes conocieron las guardias de emergencia en todos los puestos sanitarios, ya que pasaron por allí para disminuir los síntomas por el apunamiento; incluso uno tuvo que ser internado. Agreguemos a la ecuación los caminos de piedras, el paso de los ríos, los precipicios de cientos de metros con rutas angostas de un solo carril, sin mantenimiento y sin servicios. Olvídate de encontrar carteles anunciando “café al paso”, “áreas de servicio” o “zona wifi”; ni siquiera anuncian las bifurcaciones del camino. Como verás no son lugares para llaneros solitarios. Necesitamos equipos que trabajen en el poder del acuerdo, que mantengan a raya el egoísmo y que se olviden del reconocimiento humano, dispuestos a caminar, cocinar, cambiar una cubierta o contribuir de la forma que se requiera. Fue precisamente en una de esas complicaciones que nos encontramos con un ángel que Dios envió para darnos ánimo. El filo de una piedra había destruido el neumático de uno de los vehículos. Mientras se trabajaba en la reparación apareció René. Montado en una moto enduro soltó palabras que solo Dios pudo haber puesto en su boca. Bendijo a todo el equipo evangelístico diciendo que Dios prosperaría el trabajo por haber llegado a lugares donde nadie iba, por haber llegado “hasta lo último de la tierra”. ¿Es René pastor, evangelista o misionero? No, ni siquiera es creyente. René es el enfermero en un puesto de salud en un paraje que se llama Viscachani. En San Isidro (otro paraje cercano a Iruya) un ángel vestido de rojo y sombrero ancho guió a la caravana en un laberinto de casitas; luego literalmente desapareció. Otro ángel montado en una motocicleta abrió tranqueras y portones para que la caravana encontrara un camino sin señalización por el lecho del río. En Iruya un agente de policía apareció al despuntar el alba como otro ángel del Señor y, bolígrafo en mano, dibujó un mapa precisando los 22 parajes habitados de la región y cómo llegar a cada uno de ellos. Como verás, el viaje es un desafío permanente, muy oneroso, lleno de contratiempos y peligros. A esta altura debemos preguntarnos: ¿vale la pena semejante esfuerzo?

El interrogante encuentra respuesta con otra pregunta, ¿cuánto vale una persona? ¿Tienen todas las personas el mismo valor? Socialmente pareciera que no. Teníamos un profesor que se ufanaba de su preparación académica y decía que su cerebro valía mucho más que el de un trabajador común. Pero la pregunta a contestar es: ¿cuánto vale una persona para Dios? Porque el esfuerzo que hagamos por alcanzarlas con el evangelio dependerá de la respuesta a este interrogante. La Biblia dice que las personas del mundo entero valen el sacrificio de su Hijo. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”, Juan 3:16. Fuimos comprados a precio de sangre: “…Dios… los compró, y el precio que pagó… fue muy alto, 1ª Corintios 6:20 (TLA). Somos tan valiosos que Jesús le dijo al Padre: “… Tú los amaste tanto como me has amado a mí, Juan 17:23 (NT-BAD). ¡Dios estima al ser humano de la misma manera que a su hijo Jesucristo! ¿Ves lo importante que somos para Dios? Jesús cruzó el mar para liberar a un hombre endemoniado y el Espíritu sacó a Felipe del gran avivamiento en Samaria para suplir la necesidad de un hombre hambriento que viajaba por el desierto. Sin importar educación, cargo, posesiones o residencia, todas las personas valen lo mismo para Dios. Si Dios estuvo dispuesto a sacrificar lo más precioso que tenía para adoptarnos en su familia, ¿no deberíamos hacer lo mismo para que las personas se reconcilien con Dios? Además Jesús dijo: “… Le hablarán a la gente acerca de mí en todas partes”, Hechos 1:8 (NTV); 2ª Corintios 5:18; 1ª Pedro 2:9; Isaías 49:6; Salmo 96:3. “Vayan por todo el mundo y prediquen la Buena Noticia a todos, Marcos 16:15 (NTV); Marcos 13:10. Todos no excluye a nadie; por lo tanto incluye a los pobres, marginados y olvidados de las zonas periféricas de las grandes ciudades como aquellos que viven en las regiones más inexploradas del altiplano.

Otro común denominador de estas desoladas y despobladas tierras es el sacrificio de los maestros y, de manera especial, los directores de las escuelas rurales. Casi sin excepción, son mujeres que toman esos cargos por el beneficio económico a corto y largo plazo. Se sacrifican para tener una mejor jubilación en el futuro; pero el esfuerzo las aleja de sus afectos y muchas veces termina con los lazos familiares. Susana es directora en una escuela de 11 alumnos. Es mamá soltera y su hijo vive solo desde los 12 años de edad. Otra directora mencionó que su esposo no estuvo dispuesto al cambio, por lo que se ven dos veces al año cuando ella toma sus vacaciones. Es cierto que muchos lo hacen por vocación, pero la gran mayoría por razones económicas. Caen en la misma tentación que sufrió Abraham cuando el rey de Sodoma le dijo: “Dame las personas, y toma para ti lo bienes”, Génesis 14:21. La propuesta consistía en entregar personas a cambio de bienes; la misma propuesta que nos hace a nosotros y que se torna casi irresistible para muchos. Reconsidera porque “la vida de los tuyos a cambio de posesiones” es un precio demasiado alto, ¿no te parece? Ahora bien, piensa con nosotros. Nunca se escucha que la pérdida de tanta riqueza como es la familia a cambio de una posible mejora económica sea una insensatez o necedad. Al contrario, suele exaltarse dicho comportamiento. Lo que sí se escucha a menudo, incluso entre creyentes, es que entregarse a la obra de Cristo implica descuidar a la familia. La verdad es todo lo contrario, el que quiera asegurar el futuro de su familia deberá rendirse sin reservas a Dios y a su obra. ¡Con Dios siempre se gana, con Dios nunca se pierde!

Estamos a las puertas de una gran oportunidad: glorificar el nombre de Jesús. Dios nos envió a predicar a todo el mundo en todas partes y, como hemos visto, la gente nos espera. Las escuelas nos abren sus puertas. Los caciques o autoridades de las comunidades nos ofrecen organizar reuniones para que todos puedan escuchar el evangelio. Los directivos de las escuelas nos convocan a los chicos para que, una vez finalizado el horario de clases, podamos hablarles de Jesús. ¿Aprovecharemos la oportunidad? Quizás sea una de las últimas. La gente agradece el evangelio y no quieren que te vayas, ¡no te dejan ir! Te invitan a sus casas. Te abren el corazón. Te preparan un guiso caliente y sopa para todo el equipo de 22 personas, como hizo Marcos y su esposa en Rodeo Colorado. Ese día de ayuno en medio de un intenso frío Dios proveyó una rica cena caliente por medio de esta familia que no nos conocía y ni siquiera eran creyentes. Andrea, después de su emotivo encuentro con Jesús fue a su huerta y cortó cebollitas de verdeo, todas las plantas más grandes y lindas. Fue su forma de bendecir al equipo misionero. Pero ahí no termina la historia, casi sin excepción los evangelistas desayunaron cocido con pan casero en las escuelas que visitaron y en las casitas más alejadas de esos remotos parajes. En un caserío llamado la Mesada, Fermina volvió a subir la montaña con el único propósito de escuchar primero lo que tenían que decir y luego servirles de guía para que el evangelio sea escuchado en toda su comunidad. Porfió para que aceptaran ser hospedados en su casa; ella les cocinaría algo típico. Quería reunir a todo el paraje para que les compartieran el evangelio. Dijo: “ustedes caminan las montañas llevando buenas noticias y todos merecen escucharlas”. Algo parecido sucedió en Poscaya. Pisco es el jefe tribal con la autoridad para abrir o cerrar puertas en su comunidad. Con premura nos pidió solo una horita para que le predicáramos a la comunidad aborigen que él lideraba. Nos faltaban horas y obreros para alimentar a tanta gente hambrienta por la Palabra. ¿Cómo responderemos al llamado del Señor? ¿Diremos sí, como hizo Pablo frente a la visión del varón macedonio? “Cuando Pablo vio… (el varón macedonio), todos nos preparamos de inmediato para viajar a la región de Macedonia. Estábamos seguros de que Dios nos ordenaba ir a ese lugar, para anunciar las buenas noticias a la gente que allí vivía”, Hechos 16:10, BLS. Nuestros ojos han visto y nuestros oídos han escuchado la voz de muchos que claman para que alguien les predique. ¿Cómo responderemos?

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